Era
un viernes y ya habían transcurrido dos años del comienzo de la Segunda Guerra
Mundial cuando Carmel Snow suspiraba mientras sus ojos seguían las palabras
impresas en la primera página de The New York Times donde se leía que Estados
Unidos le declaraba la guerra Alemania, por un segundo el único sonido que se
emitía en su apartamento era el de las gotas de agua que caía en el lavabo de
su cocina, desconcertada su primer pensamiento fue que veintitres años no
habían sido suficiente para la humanidad, las heridas aún no habían sanado por
completo y nuevamente se encontraban en una guerra.
Como
todos los días Carmel llegó a su oficina en la calle 57 alrededor de las ocho,
donde se encontraban Diana Vreeland, Alexey Brodovitch y su fotógrafo favorito
Martin Munkácsi, quienes como ella se sentían abrumados con la noticia.
Mientras Alexey le presentaba los últimos detalles de la portada del mes a
Carmel, se podía escuchar el temblar de las manos Munkácsi mientras sujetaba su
cámara, cuyo en su mente pensaba en los días que fotografió a el ejército
alemán y del otro lado del salón los ojos de Diana delataban su inquietud.
Muchos pensamientos rondaban por la mente de Snow, no podía concentrarse, sus
manos tan frías como el invierno de Irlanda y con la respiración muy acelerada,
se afirmó a sí misma que la moda nunca desfallecería, no abandonaría el trabajo
por el cual se había esforzado tanto, su vida y pasión.
Si
fuese necesario dejaría sus medias de nylon para que fueran usadas como insumo
por las fuerzas armadas, pero aún sin medias no dejaría de estar a la moda ni
mucho menos dejaría sola a toda aquella lectora que dependían de Harper’s Bazaar.
Mientras
con ansiedad revisaba todos sus memos y anotaciones que tenía sobre su
escritorio exclamó sin titubear a su equipo, si no podemos vestirnos bien tendremos que vestir bien nuestras mentes,
en ese momento supo que nada sería como antes, pero lo que no pudo anticipar
fue que sus publicaciones quedarían como legado del tiempo más oscuro de la
humanidad.
El
reto al que se enfrentaba era la aproximación de una escasez de indumentaria y de modistos, la moda tendría ocaciones de uso mínimas, pero no existiría una
restricción que pararía el rumbo que desde hace dos décadas había comenzado en
la publicación.
La
ilusión se viviría a través del papel y Snow quería ser responsable de
entregarles un poco de felicidad a las mujeres, a través de cada edición se manifestaba
que el trabajo de este equipo no se enfocaba únicamente de producir imágenes
atractivas con mujeres hermosas, se transmitía un mensaje, una atmósfera,
cultura y hechos de la manera más agradable e innovadora posible.
El
ambiente de la sociedad era tan impredecible que cada vez que salía una nueva
edición, Snow no hacía nada más que caminar por las calles de Nueva York y ver
como las mujeres se acercaban a los puestos de períodicos y veían la nueva
Harper’s Bazaar, nerviosamente pensaba si les había gustado, si les parecía
irrespetuoso o elegante.
Al
día siguiente llegaba a la oficina y resumía con su equipo todo lo que había
observado y proponía nuevas ideas para la siguiente edición, su visión era muy
clara, la revista había llegado a un estatus tan alto que no volvería a tener
si cometía un error o dejaba que la guerra la oprimiera.
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